Dios nos lleva por caminos insospechados

Por Nahum Ulín

El año pasado tuve la oportunidad de ser parte de la experiencia MAGIS Centroamérica y JMJ en Panamá. MAGIS fue una actividad motivada por la Compañía de Jesús que buscó reunir a jóvenes ignacianos de todo el mundo. La idea fundamental fue: convivir y compartir como Iglesia, como jóvenes hermanos de Ignacio de Loyola, como cristianos llamados a siempre dar “el más” y así comprometerse con la vida. La idea de MAGIS inició en la JMJ 1997 en París, Francia, replicándose posteriormente de manera novedosa y creativa, en cada país donde se desarrolla la JMJ.

Para esta última edición del MAGIS y JMJ, Dios me llamó a acompañar y motivar el proceso formativo de los peregrinos/as salvadoreños. Esta preparación conllevó cerca de año y medio: se realizaron dos reuniones con el equipo general de Centroamérica;  decenas de encuentros con la comisión de metodología a la que pertenecí –así como con los peregrinos y varias actividades de recaudación de fondos en las cuales varios amigos/as se solidarizaron con su arte y apoyo- como también con el equipo de El Salvador. ¡Intenso! Así describo esta primera parte de la experiencia: preparar el terreno para sembrar esperanza y alegría, a pesar de las desavenencias.

Llegada la actividad del MAGIS, cada país centroamericano recibió a los entusiastas peregrinos. En mi país, recuerdo los rostros de coreanos/as, colombianos/as, uruguayos/as, argentinos/as y otros. La visita a cada país permitió a cada peregrino conocer la cultura, realidad, religiosidad y vida de la gente, un compartir la vida para ponerse en los zapatos del otro, diría yo.

Ante esto valoro lo siguiente: me suscita esperanza ver como los jóvenes tienen una alta capacidad de inserción y convivencia, como se dejan llevar para dejarse afectar y como en ellos se palpa ese deseo de conocer la realidad para transformarla. Se llegó el momento de participar en el cierre del MAGIS e integrarse a la JMJ. Me impresionó ver a un mar de jóvenes en las actividades en las que participé.

Hago una especial mención del Festival de las Naciones en donde al final de nuestra presentación la gente coreaba: “¡Romero vive!”. También, de la misa cierre del MAGIS donde me invitaron a cantar el salmo “Tu reino es vida”.  Pude ver de cerca al papa Francisco en el Campo san Juan Pablo II – Metro Park.

Participé de algunas catequesis en el lugar donde nos hospedamos: el Colegio Javier de los jesuitas. Realizamos una peregrinación al Cristo Negro de Portobelo, entre otras experiencias significativas. ¡Asombro! Así describo esta segunda parte: contemplar la bondad de Dios en cada joven, a pesar de las extenuantes jornadas de trabajo.

Finalizada esta experiencia, cada participante regresó a su respectivo país con el entusiasmo de seguir siendo parte de una comunidad ignaciana local, para luego formar una red. El camino sigue y propone nuevos retos, nuevas luces, nuevas esperanzas. Inquietud y disposición. Así describo esta tercera parte… y la complemento con tres aprendizajes significativos:

1. Los jóvenes son el tesoro de la Iglesia. Ellos/as poseen una cualidad que se nos olvida a los adultos: son auténticos y transparentes. Ante esto hay que ofrecerles un ambiente de crecimiento integral que parta de sus necesidades, de sus carencias, de sus luces. Me siento orgulloso de la delegación salvadoreña que participó en esta actividad. Ellos/as saben cuánto nos costó llegar a la meta primera y es por ello que hay que seguir presentes para la meta mayor: ser familia ignaciana permanente.

2. La organización de parte de la Compañía de Jesús. No es fácil conducir un hogar –¡imagínense miles de personas para una actividad común!-. Felicito a los jesuitas que organizaron los equipos de trabajo y por la confianza y responsabilidad que conlleva ese paso de trabajar en cuerpo. También a todos los que colaboramos, por su tiempo y disposición. Es alegre sentirse parte de un proyecto que conlleve servir a los demás y compartir la vida.

3. La llamada de Dios nos plenifica, no nos deja vacíos, nos da una nueva oportunidad de acoger la felicidad, de sentirnos hijos de Dios por la experiencia del amor. Agradezco a Dios porque “el amor me encontró trabajando, y porque trabajando encontré a quién amar”.

 ¡Gracias, Dios, por tanto bien vivido en este proceso que sigue… y porque nos llamas a dar más, siempre!

¡En todo amar y servir!